Poder, discriminación, aborrecimiento

A lo largo de los tiempos, uno puede encontrar que siempre han existido discriminaciones o aborrecimientos. Esto es el efecto más cruel del sentimiento de superioridad, o de poder. La idea que subyace en la mente de la persona acerca de que se es mejor que el otro. También esto atraviesa por la ausencia de empatía, que finalmente no es más que una incapacidad del ser. En todo caso es una falta de inteligencia. Bajo este razonamiento, el discriminador es torpe, ni mas ni menos.

¿Es el diablo el resultado de una acción discriminativa de Dios?, en la historia de esta creencia, el «buen» dios aborrece a satan (el adversario) por estar en contra de él, buscando la adoración de la gente. Buscando quitar adoradores a dios para ganarlos él. Habrá tema para esto, hoy no quiero perder el hilo más político y menos religioso, aun cuando la religión tiene un rol excepcional en la política.Imagen

No dudo que a lo largo de la historia, las primeras discriminadas fueron las mujeres por múltiples razones, que abarcan los temas físicos, de reproducción, de sexualidad, y hasta de roles determinados asignados en función del poder y de su naturaleza, de roles creados culturalmente.

No es que las mujeres no puedan hacer, sino que culturalmente se les ha relegado a ese papel, y que ahora está cambiando. Aunque, la verdad, en algunos ámbitos estos cambios son leves y en otros, un tanto mayor. No es nuevo el hecho de hacer notar estos cambios.

Las mujeres negras esclavas en los EEUU hacían el mismo trabajo en el campo que los hombres negros, sin embargo, su taza de ración alimenticia era menor. Sojourner, una negra ex esclava se lamentaba, protestaba y luchaba debido a que, en libertad, las mujeres negras se dedicaban a trabajar como domésticas en casa de los blancos y sus hombres negros se volvieron haraganes, o al menos así lo percibía ella, y uno debe buscar que empleo debía hacer un negro a finales de la segunda mitad del siglo XIX y si valía la pena hacerlo por el poco dinero que le pagaban. Ahí hay un tema para abordarlo con seriedad.

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Como en muchos lugares, los derechos políticos como votar y aspirar a un cargo de elección popular, tuvieron que esperar mucho rato para que pudieran conseguirse, a costa de hacer conciencia, luchar y proponer.

En una elección estudiantil latinoamericana, estando en el Ecuador, hace muchos años, la discusión era que cuál sería el país donde recaería la presidencia latinoamericana, y se centraba en países del sur.

Mi argumento, siendo entonces estudiante, era que no entendía porque los sudamericanos se repartían la presidencia sin consultar a nosotros, los del mismo sur, pero más al norte, finalmente ganamos la discusión -y la votación-. Costó un poco.

Los blancos han aborrecido a los negros y muchos siguen sin cambiar. Los ricos aborrecen a los pobres y en el mejor de los casos los pobres son sujetos de lástima, cuando en realidad sería más adecuado que hubiera procesos de redistribución y legislación en torno a salarios y ganancias máximas que regularan previamente la posible desigualdad. Eso suena a comunismo, en realidad es humanismo.

Los conquistadores han aborrecido siempre a los conquistados, los han humillado, instrumentalizado e incluso asesinado. ¿Por qué los israelíes atacan a los palestinos hoy día? Pues, se creerán mejores, aun siendo como son.

Quienes se consideran dentro del marco de las normas de las orientaciones sexuales (hombre o mujer, heterosexual), tienen también en ciertos y muchos casos, aborrecimientos contra quienes no siguen sus normas, de tal forma que la comunidad homosexual, lésbica, bisexuales, transexuales, y todo lo que no sigue una norma regulada por la religión e incluso algunas legislaciones, es aborrecida, discriminada, sujeta de burlas, y de limitaciones para aspirar a los derechos de quienes se piensan «normales».  Conozco el caso de una «travestí» a quien le fue negado el derecho de estudiar en una universidad privada, de pago pues, porque no vestía ropa de hombre y se hacía llamar como su partida de nacimiento lo decía.

Otras formas discriminativas se vinculan al lenguaje, instrumento para la expresión de las formas del pensamiento, se nutre con las palabras que usamos para denigrar a otro: Enano, culero, marimacha, seco, negro cara de noche, janiche, cojo, indio, y hasta pendejo. Se encuentra el aborrecimiento como una de las causas del ataque físico y psicológico también dañando al otro.

Como en los extremos de la banalidad, por ejemplo, si alguien piensa políticamente diferente a mí, le gusta un equipo de futbol distinto al mío, lee cosas que yo no leería, y así es aborrecido. Nos resultan criticables porque pensamos que somos mejores.

También puede suceder que el poder, en cualquiera de sus formas, se sienta amenazado o simplemente confrontado, en ese momento aflora la necesidad de mantener a toda cosa esa posición y puede llegar a humillar o desleznar. En esos momentos para otros en situación de sometimiento, quien confronta al poder “debe” estar equivocado, “al poder no se le confronta, se le adula”, desde luego, ironizo.

Imagino lo que me molestaría -no me humillaría, sino que me encabronaría- que me dijeran «Julio, tenés el pelo muy cano, no podés trabajar acá». Bueno, ya me han dicho que en algunos lugares no puedo trabajar debido a mis posturas políticas.

Un amigo mío, muy querido, con quien me juntan historias, labores, ideas e intereses, me decía un día, que el sentía que su peso lo hacía sujeto de discriminación, yo le dije: «No jodás gordo, como vas a creer, es cierto que no entras en la puerta y que tenés que salir por el zaguán, pero a nadie le molesta eso».  Su respuesta fue: «¿Ves? Eso es discriminación»

Caí en la cuenta, fui discriminativo, burlesco y cruel en mi comentario, y no era la primera vez. En muchos casos es así, a veces no logramos comprender empáticamente los sentimientos y posición del otro y nos volvemos, como otros, también aborrecedores.

A todo este tipo de cosas, llamamos fobias (homofobia, la más conocida) sin embargo, en su acepción original, las fobias son más bien temores. De lo que hablamos acá no es de temer, sino de aborrecer. Una mejor definición sería la de «misántropo», el que aborrece a otro humano. Yo, por ejemplo, soy y quiero seguir siendo: «misa-misántropo», el que aborrece al aborrecedor de otro humano.

 

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